Kioto. 14 de agosto.

Después de desayunar salimos con las maletas hacia el hotel Toyoko Inn Gojo, que quedaba a tres calles. Aunque habíamos reservado una semana antes nos costó encontrar alojamiento en el mismo hotel y optamos por escoger dos hoteles de la cadena Toyoko que tan buenos resultados nos están dando. Al tener la tarjeta de cliente nos hacen descuentos en el precio y acumulamos puntos, además de tener el desayuno incluido, internet gratis y todas las comodidades.
Nos registramos y comenzamos la ruta por la ciudad.

Kyoto fue la capital de Japón durante más de mil años y cuna del arte, la cultura y la religión, por lo que cuenta con un amplio patrimonio formado por unos 1700 templos budistas, 300 santuarios sintoístas, museos, palacios, jardines y el barrio de Gion famoso por las geishas.

Caminamos por la calle Matsubara-dori hasta el barrio Higashiyama donde se encuentra el  templo Kiyomizudera, patrimonio de la humanidad. Cruzamos el río Kamo que atraviesa gran parte de la ciudad y después de subir una empinada calle llena de turistas y pequeñas tiendas de souvenirs, llegamos al templo. Fue fundado a finales del siglo VIII y está formado por varios templos en la ladera de la colina de Higashiyama. El edificio principal, declarado Tesoro Nacional, fue reconstruido en 1633 por el shogunato Tokugawa. Su terraza de madera, sostenida por 139 enormes pilotes de 15 metros de altura ofrece una vista panorámica de la ciudad.

Nos pusimos en una cola que no sabíamos para qué era. Nos tuvimos que quitar los zapatos y llevarlos en una bolsa que nos daban en la entrada. Bajamos unas escaleras en total oscuridad y con la única guía de un pasamano en forma de Rosario gigante de madera que conducía a una gran piedra que gira y que llaman el útero de la diosa, donde los japoneses acostumbran a pedir deseos.

Subimos al templo del amor en el que si se consigue recorrer la distancia que hay entre dos piedras con los ojos cerrados se encontrará el amor. Hay montones de gente intentándolo y con la guía de Migue yo fui una de las que lo consiguió. Recorrimos los alrededores del templo por un camino entre árboles, pequeñas cascadas y un bosque de bambú.  Al final del  recorrido hay una pequeña pagoda roja de tres niveles que desde el templo se veía enorme y resultó decepcionarnos por su tamaño.

Salimos del templo hacia el barrio de Gion, el de las geishas. Allí visitamos el santuario sintoísta Yasaka Jinja, muy visitado por las geishas en otros tiempos y sede del festival de verano de Gion desde el año 869.

Compramos agua en un Lawson porque el calor y la humedad nos hacían sudar y perder mucho líquido. Desde el Lawson vimos la gran tori (puerta) roja del santuario sintoísta Heian Jingu, que es lo que lo hace famoso.

Seguimos bordeando el templo y aprovechamos para comer unos bocadillos y cargar energías hasta llegar al Ginkakuji, el pabellón plateado, catalogado Tesoro Nacional. Fue construido en 1489 para servir de villa al shogun Ashikaga Yoshimasa, quien quiso cubrirlo con hojas de plata, pero no se cumplió su deseo y tras su muerte se transformó en un templo budista.

Su jardín es un bello ejemplo de Karesansui (jardín de piedras) con una representación del monte Fuji en arena. El pabellón debe su fama al diseño minimalista de sus jardines, con pequeños cursos de agua, cascadas y un bosque de bambú. Recorrimos la ruta marcada entre los jardines ya que el pabellón no se visita.

La próxima atracción más cercana era el palacio y hacia allí fuimos caminando bajo un sol horroroso. Casi estábamos llegando cuando vimos un bus que iba hacia el templo dorado, que era el más lejano de todos los que pensábamos visitar. Aprovechamos la oportunidad y fuimos en bus por 200 yenes hasta el Kinkakuji, el pabellón dorado. La imagen del templo, adornado con hojas de oro, se refleja en el agua de Kyokochi, el "estanque espejo" y es una de las fotos más típicas de Kioto, por lo que nos resultó difícil evitar a los turistas para tomar nuestra foto.

El pabellón fue la villa de descanso del retirado Shogun Ashikaga Yoshimitsu en el siglo XIV hasta que se transformó en un templo Zen poco después de su muerte. En 1950, un monje de 21 años incendió el  Kinkakuji que fue reconstruido en 1955 y sigue funcionando como un almacén de reliquias sagradas. Lamentamos que no se pudiera ver el interior más que en fotos.

Caminando casi dos kilómetros bajo el sol, llegamos al Ryoanji, un templo famoso por su karesansui, jardín seco, formado por quince piedras dispuestas en 3 grandes grupos, musgo y arena rastrillada en líneas muy simples. El creador de este jardín no dejó ninguna explicación sobre su significado, y se ha interpretado como un tigre cruzando un río o un patrón de un árbol escondido dentro de la estructura del jardín, aunque según el Zen lo importante es el vacío o la nada, y de eso hay mucho en este jardín.

Seguimos el camino fuera del templo bordeando el lago y recorriendo un pequeño bosque.

Después de tantas horas de andar bajo el sol decidimos volver a casa en transporte público, y cogimos un tren de un solo vagón que parecía un tranvía y que nos dejó relativamente cerca del hotel.

Nos duchamos, descansamos un rato y salimos a una tienda cercana donde migue quería comprar unas estilográficas. Yo aproveché para lavar la ropa en las lavadoras automáticas del hotel y mientras se secaba salimos a cenar a un restaurante frente al hotel en el que la comida se pide en unas máquinas y luego te las sirven. Comimos fideos, arroz con huevo y pollo empanado y unas bolitas de pollo frito con ensalada. Recogimos la ropa seca en el hotel y salimos a caminar rumbo a Gion.

Este barrio de hace más de 300 años está formado por casas de madera entre las que se encuentran las  tradicionales casas de té donde las Maikos, aprendices de Geishas, y las propias geishas acostumbraban a entretener a sus clientes. Aún hoy se sigue esa costumbre y todos los turistas salen a la caza fotográfica de alguna geisha, pero es bastante difícil encontrarlas porque se mueven en taxi hasta el sitio donde las hayan contratado.

Había mucho ambiente en esa zona porque es muy turística, llena de restaurantes y tiendas, pero nosotros nos metimos por unas pequeñas calles más tranquilas y tampoco tuvimos suerte de ver a las geishas.

Recorrimos las callejuelas hasta el río y volvimos a ver el santuario Yasaka Jinja iluminado. Después de dos horas ya no sentíamos los pies, así que volvimos al hotel a dormir.

















































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