Tokio. 26 de agosto.

Dormimos un poco más pues hoy es el último día y nos lo queremos tomar con calma. Bajamos a desayunar, recogimos las maletas y nos duchamos. A las diez dejamos las maletas en el hotel y entregamos las llaves.

Fuimos andando tranquilamente hasta el barrio de Sumida, cruzando el río y a unos diez minutos del hotel. Esta zona de la ciudad se ha vuelto atrayente por la Skytree, la torre de telecomunicaciones más alta del mundo con 634 metros de altura. En una calle frente a la torre encontramos una casa en forma de barco y un curioso espejo cóncavo donde nos hicimos fotos con la torre de fondo.

Entramos a la torre y estuvimos paseando por las tiendas, donde aprovechamos para comprar un imán de Tokio para nuestra nevera. En la planta baja se puede acceder al metro y lo cogimos hasta Akihabara, el barrio de la electrónica, donde compré el IPad mini el segundo día del viaje. Migue quería ver unos relojes, pero al final no los compró y yo estuve mirando informática y fotografía para ver si encontraba alguna ganga en informática y un objetivo canon para la cámara de fotos. Todo me pareció muy caro o al menos tan caro como en Barcelona.

Fuimos a comer a la pizzería que nos había gustado en Kioto. Tuvimos que hacer cola para el ascensor, pero luego en el restaurante nos dieron mesa muy rápido. Es un sitio muy barato y estaba lleno de jóvenes. Comimos pizzas, espaguetis y tomamos vino por unos  16 euros.

Seguimos caminando por el barrio viendo las tiendas de cómics, de souvenirs y finalmente encontré un adaptador muy barato que necesitaba para el iPad mini. Migue aprovechó para comprar regalos para su madre y unos amigos.

Volvimos en metro hacia el hotel, pero como era temprano nos quedamos por la zona de Ueno buscando un whisky japonés para comprarle una botella a Augusto. Entramos a los centros comerciales cercanos a la estación y terminamos caminando por Ameyoko, unas calles comerciales llenas de pequeñas tiendas, como un mercadillo. Por casualidad encontramos un supermercado dividido en varios edificios. Nos costó encontrar la sección de bebidas y cuando finalmente teníamos el whisky no pudimos pagarlo porque no aceptaban tarjetas de crédito. Salimos a buscar un banco o un cajero donde sacar dinero, pero después de varios intentos en que no aceptaban tarjetas extranjeras, Miguel desistió y nos volvimos al hotel.

Pedimos las maletas en la recepción y nos cambiamos de ropa. El día anterior había visto que el hotel tenía un bus pequeño que hacia rutas hacia la estación de Ueno desde donde debíamos coger el tren hacia el aeropuerto, así que preguntamos los horarios y tuvimos suerte pues el primero salía a las 17:30. Fuimos los únicos clientes que subimos, y en menos de diez minutos estábamos en la estación. También podíamos haber cogido el metro pero quería evitar las escaleras por el peso de nuestras maletas. Compramos el billete para la Keisei line, que nos llevaba al aeropuerto de Narita en un recorrido de una hora.  Llegamos a Narita y fuimos a facturar las maletas. El proceso fue muy rápido porque quedaban casi tres horas para que saliera el vuelo.









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