Tokio. 24 de agosto.

Nos levantamos pasadas las ocho, bajamos a desayunar y salimos dando un paseo por la calle Asakusa hasta la estación de Ueno. Es el último día que nos cubre el pase de tren, así que decidimos visitar las zonas más alejadas del hotel usando la línea Yamanote del JR. Esta línea es circular y cubre las atracciones más importantes de la ciudad.

Nos bajamos en Shinjuku, un barrio lleno de rascacielos, tiendas de moda y electrónica. Nuestra intención era ir al edificio del ayuntamiento, pero nos perdimos y llegamos andando hasta el parque Yoyogui, que iba a ser nuestra segunda parada.

Dentro del parque se encuentra el templo Meiji Jingu, un santuario sintoísta construido en 1926 y destruido en la segunda guerra mundial. Tiene una gran tori construida con cedros japoneses traídos de Corea y un montón de barriles de sake donados al santuario. Lo recorrimos e hicimos fotos por fuera, porque no se podía entrar.

El parque estaba muy animado al ser sábado, y porque es sitio de reunión de los jóvenes y de los personajes más raros de Tokio. Estaban haciendo un encuentro de grupos de baile, de todas las edades, y nos quedamos a verlos un poco.

Saliendo del parque se llega a la calle Omotesando, en el barrio de Harajuku. Es una de las calles comerciales más grandes de Tokio.

Caminamos un rato por allí y volvimos a la estación a coger el tren otra vez hacia Shinjuku. Nos bajamos dos paradas después, nos ubicamos bien con el mapa, y llegamos al edificio del Ayuntamiento, un rascacielos con dos torres gemelas diseñado por Kenzo Tange. Se puede subir gratis hasta el mirador de la planta 46 desde donde hicimos fotos de las vistas de la ciudad.

Caminamos por el barrio buscando un sitio para comer y entramos en una tienda de relojes donde encontré por siete euros un casio digital pequeño, como uno que tuve cuando era adolescente. Por ese precio hubiera comprado alguno más para regalar, porque están de moda, pero era el último que quedaba. Comimos en un pequeño restaurante donde la comida se pedía en una máquina: carne, sopa de miso y ensalada, todo muy barato.

Volvimos a coger el tren hacia Shibuya, un barrio lleno de tiendas, que es el principal atractivo de Tokio, y donde está el famoso cruce en todas direcciones. Saliendo de la estación se encuentra la estatua de Hachiko, un perro que esperaba a su amo en la estación cada día, hasta que el dueño no volvió porque murió, pero el perro fielmente siguió cada día esperando en el mismo lugar. Las personas del barrio al conocer la noticia comenzaron a cuidarlo y alimentarlo hasta que murió y se construyó la estatua.

Después de hacernos la foto con el perro, nos fuimos a cruzar la calle y experimentar la contracorriente de personas que vienen de todas las esquinas. Los semáforos se ponen en rojo a la vez y se forma una marea humana en el cruce. Entramos a algunos centros comerciales buscando una pluma que quería Miguel, pero no la encontramos. Dimos unas cuantas vueltas por el barrio y volvimos a coger el metro hasta Shimbashi.

Caminando unos minutos llegamos al templo Zojoji. Tuvimos que correr para llegar antes de las cinco que es la hora que cierran. Justo estaba sonando la gran campana porque iba a comenzar un ritual budista. Nos sentamos a verlo y nos pareció que era un ritual funerario, porque entre los monjes que cantaban los sutras había una familia y una señora llorando. El ritual duró una media hora. En este templo rinden culto al shogún Tokugawa Ieyasu, fundador del gobierno de Edo.

Muy cerca del templo está la torre de Tokio, de 333 metros de altura, construida en 1958 y que recuerda a la torre Eiffel.  Justo antes de que oscureciera llegamos caminando al paseo marítimo y nos sentamos a contemplar el ambiente y los modernos edificios de Odaiba, una isla artificial en la bahía de Tokio.

Muchos jóvenes vestidos con kimonos se reúnen en la estación marítima para subir al barco restaurante, y también vimos una boda que se celebraba en un barco anclado en la bahía. Estuve haciendo fotos del puente Rainbow, un puente colgante de 918 metros de largo que debe su nombre a su iluminación de colores. También se veían las luces de la gigantesca noria del Palette Town, que se ha convertido en símbolo de Odaiba.

Volvimos en metro al hotel, aprovechando las últimas horas de vigencia de nuestro abono de transporte que hemos amortizado con creces en estos 21 días. Nos duchamos y salimos a cenar a un restaurant cercano, comida típica. Otra vez hacemos el pedido en una máquina y nos sentamos a esperar que nos sirvan. Volvemos al hotel, preparamos la ruta del siguiente día, vemos un poco la tele y nos vamos a dormir.








































 

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