Numazu – Monte Fuji. 21 de agosto.

Hoy intentaríamos subir al Monte Fuji, que este año ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad y que sólo se puede escalar oficialmente en julio y agosto, cuando no hay nieve en la cima, están abiertos los refugios y hay transporte público para llegar a las estaciones.

Hay cuatro rutas: desde Kawaguchiko, desde Subashiri, desde Gotemba y desde Fujinomiya.  Nosotros escogimos esta última porque era menos transitada por los turistas, era la más corta, aunque también la más empinada y porque el billete del bus era más barato.

Nos levantamos a las 5:20. Habíamos dejado las mochilas preparadas y sólo teníamos que vestirnos y desayunar. Desde Numazu, podíamos ir hasta Mishima, a cinco minutos en tren, para coger el autobús hacia la quinta estación, pero el primero salía a las diez de la mañana, por lo que decidimos coger el tren de las seis, que en una hora nos llevaba hacia Fujinomiya. Desde el tren ya podíamos ver la silueta del Monte Fuji (Fujisan) que con 3776 metros es la montaña más alta de Japón, aunque en realidad es un  volcán inactivo desde 1708.

Esperamos media hora el autobús que nos llevaría hasta la quinta estación del Fuji y pagamos 3000 yenes por un billete de ida y vuelta. Hacia un día perfecto para subir, algunas nubes, el sol iba y venía y la cima estaba despejada.

El autobús tardó una hora y media por una carretera llena de curvas y grandes árboles y nos dejó a 2400 metros en la quinta estación Fujinomiya donde nos recibió un guía japonés que nos explicó en inglés la ruta a seguir y el tiempo que tardaríamos: seis horas en subir, cuatro en bajar. Eran las 9:10 y según ese pronóstico estaríamos de vuelta a las siete, justo cuando salía el último autobús de vuelta a la estación de tren.

Pasamos por la tienda, compré unas patatas y comenzamos el ascenso. Migue me tomó unos veinte minutos de ventaja y me esperó en la séptima estación donde aprovechó para desayunar. Llevábamos muy buen ritmo y les pasábamos a todos por al lado. Los japoneses disfrutan mucho el ascenso a esta montaña, considerada sagrada para ellos, y acostumbran a ir en grupo y tomárselo con calma. Cada vez que se cruzaban con nosotros nos saludaban “konichiwa” y sonreían.

El camino está señalizado y protegido por cuerdas que también sirven de ayuda para ascender entre las rocas. Yo paré cinco minutos en la octava estación y en la novena para comer unas barritas energéticas y terminarme las patatas. Después de tres horas llegué a la cima, donde me esperaba Migue que había llegado veinte minutos antes. Él tuvo tiempo de subir el pico Kengamine donde se encuentra el observatorio de meteorología situado a los 3775,6 metros y que tenía una pendiente que yo rechacé subir.

Vimos el cráter, nos hicimos unas fotos junto al santuario Sengentaisha Okumiya, fui al baño, que me costó 300 yenes, y bajamos muy rápido porque me empezó a atacar el mal de altura y me dolía la cabeza.  Pensé que la bajada sería más fácil que la subida, pero el camino está lleno de pequeñas piedras volcánicas que hace que resbales todo el tiempo. Me caí dos o tres veces y  me hice un pequeño roce en la palma de la mano con una piedra, así que fui más prudente y me agarré todo el camino a la cuerda que señala la ruta.

Bajando encontré muchísimas personas que subían e incluso dos chicos que venían en nuestro autobús todavía no habían llegado a la mitad del recorrido, porque lo típico es dormir en una de las estaciones y retomar el ascenso de madrugada para ver el amanecer en la cima.

Estaba llegando a la sexta estación y vi a Miguel subiendo. Él había llegado a la quinta estación y mientras me esperaba se puso a hablar con el guía que nos dijo que la ruta duraba diez horas, pero al ver que me demoraba subió a buscarme con todas sus energías y sin ninguna muestra de cansancio. Bajamos juntos el camino que quedaba, que por suerte era bastante sencillo.

Al llegar a la quinta estación nos recibió otro guía y nos preguntó si habíamos llegado a la cima, si teníamos dolor de cabeza y hasta dónde íbamos.

Le enseñamos nuestro plan de viaje que habíamos anotado en un papel, y cuando vio que íbamos a Numazu, nos dijo que cogiéramos otro bus a Mishima que estaba a cinco minutos de Numazu, pero nosotros habíamos comprado un billete de ida y vuelta a Fujinomiya y teníamos que ir hacia allí. Cuando finalmente lo convencimos, empezó a buscar los horarios y nos dijo que se iba el bus en ese momento. Salimos corriendo escaleras abajo hacia el parking y él, detrás nuestro, dando gritos al conductor consiguió que nos esperara. Esa carrera incrementó mi dolor de cabeza, pero la única solución para combatir el mal de altura es bajar. A medida que el bus avanzaba se me mejoraba el dolor y se empeoraba el tiempo, con una niebla y una llovizna persistente.

Al llegar a la estación había desaparecido mi dolor de cabeza y sólo me quedaba el dolor de piernas, que también tenía Miguel.

Cogimos el tren hasta Numazu y nos bajamos justo cuando empezaba a caer un aguacero. Entramos al Lawson y compramos comida porque no pensábamos salir a cenar. Corrimos bajo la lluvia hasta el hotel y mientras Migue se duchaba yo me comí unos espaguetis a la carbonara.

Llené la bañera y estuve una media hora relajando las piernas en agua caliente. Migue se durmió un rato y yo bajé a lavar la ropa, pero las lavadoras estaban ocupadas una media hora.

Mientras esperaba que la ropa estuviera seca, me puse a ver la televisión y comenzó una tormenta eléctrica y una lluvia torrencial que hizo que se fuera la luz brevemente. Siguió lloviendo más de una hora y en las noticias decían que los shinkansen estaban parados y el servicio ferroviario colapsado. Finalmente conseguí lavar toda la ropa y nos fuimos a dormir temprano.
 

















Comentarios

  1. El Minion Viajero3 de abril de 2014, 11:52

    ¿¿300 cacharros cuesta el baño?? jaja, el video fantástico!! :D

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  2. Pero el baño no era muy fantastico

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