Hiroshima - Oita - Beppu. 18 de agosto.

Nos levantamos a las 6:45 y bajamos a desayunar antes de que empezara el servicio. Al ser domingo hay menos personas y no había cola. Subimos a preparar las maletas y salimos a las 7:30 a coger el tren que nos llevaría a Oita.

Nuestra idea era dormir en Beppu, pero no había hotel Toyoko en la ciudad y reservamos una noche en Oita, la ciudad de al lado que está a menos de diez minutos en tren. Es el Toyoko más barato que hemos encontrado, pues no llega a 20 euros por persona, con el descuento del 20 % que hacen los domingos por ser miembro.

Nuestro tren salía a las 7:57 y preferimos reservar los asientos pues teníamos dos horas y media hasta el destino final. El chico nos dio asientos para el segundo tren pues el primero iba lleno, pero había tres vagones a los que nos podíamos subir sin reserva y así lo hicimos.

Dejamos atrás la isla principal Honshu para entrar en la isla Kyonshu, la más al sur del archipiélago y cercana a Corea. Aquí se encuentra Nagasaki pero no la visitamos porque sería muy parecida a Hiroshima. Decidimos visitar Beppu, una ciudad balneario, célebre por sus diferentes tipos de onsen (baños termales) y por los ocho infiernos, constituidos por fuentes termales ricas en ácidos, sulfuros, sal y aluminio, a las que llaman infiernos porque despiden vapores de agua con olor a sulfuro y columnas de agua hirviendo entre los 70 y 100 grados.

Dejamos las maletas en el hotel y cogimos un tren que nos dejó en Beppu en diez minutos. Fuimos a pedir información turística y por primera vez nos atendieron en español. El autobús 9 nos llevó a los seis primeros infiernos y compramos una entrada que los incluye a todos por 2000 yenes.

El primero que visitamos fue el Yama Jigoku, o infierno de la montaña, donde además de las aguas humeantes encontramos un pequeño zoológico con monos, un elefante africano, un hipopótamo con su boca abierta esperando que le echaran zanahorias, pavorreales y flamencos.

El Umi Jigoku o infierno del océano es el más bonito de todos por el color azul de sus aguas donde se cocinan huevos que luego te venden, pero no compramos.

Pasamos al Oniishi Bozu Jigoku (monje de cabeza afeitada) que debe su nombre  a las burbujas de barro que se forman en el agua y que se asemejan a las cabezas de los monjes. En este infierno encontramos un baño para pies, con el agua hirviendo. Metimos los pies pero para mí era insoportable el calor, aunque luego deja una sensación de relax muy agradable. Al lado del baño había una máquina donde pudimos comprar una toalla pequeña para secarnos los pies.

En el Kamado Jigoku, o infierno de la caldera nos recibe el Aka-Oni, la estatua de un demonio gigante. Este infierno de aguas rojas es llamado así porque en tiempos pasados se acostumbraba a cocinar en el lugar. El último de este grupo fue el Oniyama Jigoku (infierno de cocodrilos), el primero en utilizar el calor producido por las aguas termales naturales para aumentar la población de cocodrilos llegando a tener más de 100 cocodrilos de todas partes del mundo.

Bajamos unas calles y entramos al Shiraike Jigoku, cuyas aguas cambian de color desde azules a verdes según la época del año y está rodeado por un jardín tradicional. Aproveché para tomar mi helado diario y descansar las piernas.

Esperamos unos diez minutos el siguiente autobús que nos llevaría a los dos infiernos que quedaban más alejados. El Chi-no-ike Jigoku o estanque de la sangre es el más antiguo de los infiernos y es llamado así por el color rojo de las aguas cuyo fondo de barro contiene oxido de magnesio. El último de los infiernos, el Tatsumaki Jigoku (infierno Tornado) toma su nombre del géiser que emerge regularmente cada 30 minutos. Al ser esta la única atracción del infierno, hay unas gradas para esperar tranquilamente a que surja el géiser. La columna de agua no es tan alta como el que vimos en Islandia, pero el chorro dura unos cinco minutos.

Cerca de las tres salimos andando hasta la estación de trenes para volver a Oita. Fuimos al hotel a dejar las mochilas y recorrimos un poco la zona comercial cercana al hotel. Entramos en un restaurante tradicional con pequeños reservados y ambiente oscuro y relajado. Migue pidió sushi y fideos y yo me pedí pescado rebozado y una ensalada de tomate, aguacate y tofu. Todo estaba buenísimo y aprovechamos y pedimos vino blanco. Como ya no pensábamos cenar porque eran las cinco de la tarde pedimos unas giozas que son unos pastelitos de carne y unas mini pizzas con chile para Miguel. Quedamos saciados y un poco contentos por el vino. Pasamos por una tienda de artículos de escritorio y finalmente Migue se compró dos plumas que quería.

Volvimos al hotel y dormí mientras Migue miraba internet. A las ocho me duché y salimos a tomar un café. Planificamos la visita al Fuji para el día 21 y reservamos todos los hoteles para las noches que faltaban.




























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